domingo, 1 de febrero de 2009

El diablo está en los detalles

Esta nota ha sido motivada por el artículo de José Luis Espert "Hay que cambiar el modelo" publicado en La Nación el domingo 11 de enero del 2009. Señala Espert que el modelo productivo nacido en 2002 va rumbo a una nueva frustración, y pasa a enumerar los tres factores explicativos del paupérrimo crecimiento anual de Argentina (2,8%) en el período que va desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. Estos son:


1) el rechazo a la competencia comercial con el resto del mundo
2) el colapso de la educación
3) el crecimiento del gasto público

Aprovecharemos esta enumeración para demostrar que el diablo está en los detalles y que lo que también importa es el diseño y la implementación de las reformas, más allá de que estemos de acuerdo en los puntos antes mencionados.


En relación a la apertura comercial, como lo señala implícitamente Espert, existieron dos experiencias fallidas, la “tablita” de Martínez de Hoz y la “convertibilidad” de la década menemista, en ambos casos el error consistió en implementar la baja de aranceles en un contexto de atraso cambiario, en lugar de hacerlo con un tipo de cambio alto como sugiere la teoría. Respecto al modelo productivo, acordamos que no son los subsidios, la protección y/o promoción que permitirán generar las necesarias ganancias de productividad. Además, a nuestro entender un error grave de los últimos tres años fue asignar al Banco Central el rol de mantener el tipo de cambio alto cuando es sabido que –en el mediano plazo- es una tarea que está fuera de su alcance, solo el Tesoro puede mantener un tipo de cambio real alto en el largo plazo con superávits fiscales que incrementen el ahorro nacional.


Sobre el colapso de la educación, Espert propone concentrar el financiamiento público en la educación básica y aumentar la exigencia a través de exámenes nacionales que sean determinantes de la promoción escolar. Nos parece que la visión de Jeffrey Sachs en su nota "América latina puede salir del atascadero" es más acertada al señalar que América latina no ha aprovechado en forma adecuada las revoluciones tecnológicas globales como si lo han hecho los asiáticos. En el pasado, rara vez hemos dado especial importancia a las políticas nacionales tendientes a estimular la ciencia y la tecnología. Además como lo señala Sachs:
Si se lo propusieran en serio, Chile, la Argentina y otras naciones podrían convertirse en productoras agrícolas de alta tecnología y ponerse, por ejemplo, a la vanguardia de la biotecnología aplicada a la agricultura.
Sin embargo, los latinoamericanos todavía no han intentado fomentar una revolución tecnológica. Ciertamente, no con la atención, habilidad, compromiso y financiación que dedicaron los asiáticos. Tal impulso podría desempeñar un papel importante como trampolín del crecimiento económico.
De aplicar esta política, deberían comprometerse a gastar mucho más en proyectos de investigación y desarrollo, como lo han hecho los países asiáticos. Su objetivo debería ser llevarlos del actual 0,5 por ciento del PBI a un 2 por ciento, en parte brindando apoyo estatal a los laboratorios y las universidades, en parte incentivando al sector privado.

En definitiva, no sería solo un tema de educación básica, habría que generar un entorno que permita aprovechar también las externalidades que generan la educación superior, la investigación y las actividades de ciencia y tecnología.

Finalmente, Espert señala
el factor (tercero) explicativo más importante del paupérrimo crecimiento y del gran salto de nuestra volatilidad macro, desde el Rodrigazo del 1975 hasta ahora, es un gasto público que al crecer casi sin pausa provocó hiperinflaciones, confiscaciones de depósitos, rupturas de contratos y varios defaults de la deuda pública.
[…]
Las economías emergentes de alto y sostenido crecimiento muestran estados pequeños, con baja participación de los impuestos y del gasto público en términos del PBI y exiguos déficit fiscales y, a veces, hasta superávits
[…]
Pero como ya no alcanzaba ni con una presión impositiva salvaje, el gobierno de Cristina Kirchner inauguró en 2008 la etapa confiscatoria. La idea fija es la de siempre: gastar más, más y más. […]

Entonces propone:
Achicar el peso del sector público (bajando el gasto nominal) en la economía es un imperativo que debería hacerse sin demora. Es muy difícil crecer cuando la burocracia, el clientelismo, el amiguismo, la vagancia y la corrupción política se llevan casi la mitad del valor agregado del sector eficiente de la economía que es el que está en blanco.

A primera vista parece sensato, sin embargo, el planteo no luce correcto ya que fomenta el tradicional antagonismo entre quienes proponen menos Estado y quienes proponen más Estado. A nuestro juicio el verdadero desafío es el de construir un Estado eficiente, su tamaño no es lo relevante. En base a este diagnóstico se podrán consensuar una política de Estado. Está claro que en términos actuales, un Estado eficiente probablemente conduciría a un menor gasto público en porcentaje del PIB y en ese sentido Espert podría estar en lo cierto, sin embargo, como el diablo está en los detalles es necesario que el diagnóstico sea lo más preciso posible para no repetir los errores del pasado: el problema es la ineficiencia del Estado, la falta de una administración pública transparente, eficiente y competente. Hay que incrementar el profesionalismo y el status económico y social de los funcionarios, organizando el ingreso a la administración pública sobre bases competitivas para que las interferencias políticas en las decisiones administrativas sean la excepción y no la regla como en la actualidad.

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